Ding Liren, Tormenta silenciosa

Ding Liren, Tormenta silenciosa

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El pasado 30 de abril (2023), en el Hotel St. Regis de Astaná, capital de Kazajistán, el chino Ding Liren se proclamó campeón del mundo de ajedrez. Un mes antes, en la base de entrenamiento de Hangzhou, sede del Edificio de la Inteligencia, se llevó a cabo una ceremonia para desearle suerte antes de su lucha contra el ruso Ian Nepomniachtchi, el gran favorito. Durante meses, Ding trabajó sin descanso, pero siempre guardó momentos para conectar con la naturaleza, un elemento humanista y filosófico muy distinto al perfil del ajedrecista de élite occidental. «El equipo ha hecho un buen trabajo apoyándome. Me conocen muy bien», contaba Ding antes de viajar a Astaná. «Además, tanto el Edificio Tianyuan como el nuevo Edificio Intelectual están junto al río. Iré a caminar junto al río por la noche, esto me ayudará a relajarme».

David Llada, Director de Comunicación y Marketing de la FIDE, ha sido testigo directo del duelo entre Ding Liren y Nepomniachtchi en Kazajistán. Llada me cuenta una escena muy hermosa: «En Wenzhou [ciudad natal de Ding Liren] no nieva, aunque los inviernos sean fríos. Cuando en Astaná cayó una gran nevada, hacia mitad de campeonato, Ding Liren salió un par de veces a pasear con su madre por el parque que había al lado del hotel. Lo que más les divertía era sentir cómo se hundían hasta la rodilla en la nieve. Y a mí me daba mucha ternura verlos juntos, casi siempre agarrados de la mano, como si fueran dos niños pequeños». Ding Liren me recuerda a un personaje del dibujante Jiro Taniguchi, al caminante que busca la paz interior en los pequeños placeres de la vida.

Tormenta silenciosa

Ding Liren nació en 1992 (24 de octubre) en Wenzhou, en la provincia de Zhejiang. Un año antes, la ajedrecista china Xie Jun se había proclamado campeona del mundo al derrotar a la georgiana Maia Chiburdanidze, en Manila. En 1995, el legendario Viktor Korchnoi visitó Wenzhou para enfrentarse a Xie Jun. Este encuentro desató entre la población una pasión desbordada por las sesenta y cuatro casillas. Tal fue la emoción que China declaró a Wenzhou como «La ciudad del ajedrez». En este contexto, los padres de Ding Liren apuntaron a su hijo a un club local en el que se puso a las órdenes del reputado maestro Chen Lixing. «Tuve mucha suerte», reconocía Ding hace unos años. En 2009, con solo 17 años, fue campeón de China. Joven culto y educado, Ding no solo volcó su talento en el tablero. Estudió Derecho (aunque él no quería) mientras leía a Raymond Carver, Salinger y Murakami. Y, sin darse cuenta, llegó a lo más alto. Entre 2017 y 2018 encadenó una racha de 100 partidas sin perder. Sus compañeros de equipo empezaron a llamarlo con un pseudónimo: Tormenta silenciosa.

Una tormenta silenciosa y mágica. Juzguen si no los hechos. Tras la invasión rusa de Ucrania, la FIDE sancionó al ajedrecista Serguei Kariakin por su adhesión pública a la causa de Putin, lo que impidió a Kariakin participar en el Torneo de Candidatos de Madrid. La FIDE eligió como sustituto a Ding Liren (ocupaba el número 3 del ranking), pero el chino no cumplía con un requisito: haber jugado treinta partidas durante 2022, pues una de las restricciones del covid en China fue la de prohibir las competiciones deportivas. Una vez recibió la invitación formal de la FIDE, Ding Liren jugó sin parar, a contrarreloj, y cumplió con la exigencia. Así completó, sobre la campana, la lista de los ocho ajedrecistas del Candidatos. En el torneo, Ding fue de menos a más. Quedó segundo, por detrás de Nepomniachtchi. Sin embargo, tras la renuncia a la corona del noruego Magnus Carlsen, Ding se convirtió en aspirante a campeón del mundo. La carambola es formidable: de no estar inscrito en el Candidatos a nuevo rey del ajedrez.

Astaná, una batalla épica

El Hotel St. Regis de Astaná fue la sede del duelo entre Ian Nepomniachtchi y Ding Liren, una vibrante batalla en la que el ruso se puso hasta dos veces por delante del chino. En la primera fase del torneo, Ding no pasó por su mejor momento. Él mismo lo reconoció en una rueda de prensa, algo poco frecuente en deportistas de élite. Pronto supimos que su novia lo había dejado. «Al principio del campeonato lo vimos irse del hotel», confiesa David Llada. «Él mismo cargaba con sus maletas, ni siquiera llamó a un botones. Al parecer, quería cambiar a otro hotel porque éste tenía un restaurante chino, aunque después le decepcionó. Otra razón era que su habitación en St. Regis era, para un tipo humilde como él, demasiado grande». Finalmente regresó al hotel oficial y, poco a poco, se fue aclimatando, dentro y fuera del tablero. Las catorce primeras partidas terminaron con un resultado de 7-7. El título debía decidirse en el desempate: cuatro partidas rápidas. La tensión era máxima.

En la última ronda de este formato, después de tres tablas seguidas, la lucha se libró a tumba abierta. Un cuarto empate hubiese llevado a los jugadores a una serie de partidas con cinco minutos para cada bando, con incremento de tres segundos por cada jugada realizada. Un ritmo de juego trepidante. Ding Liren quería evitar un desenlace tan endiablado. Nepomniachtchi llevaba blancas. El ruso insistió con la apertura española, una propuesta que fue inventada en el siglo XVI por el clérigo zafrense Ruy López. Nepo ya había probado con la española en distintos momentos del torneo. En la quinta ronda funcionó y se llevó la victoria. Esta vez la línea elegida resultó algo compleja. Su alfil de casillas blancas, el 'alfil español', pronto quedó sin ninguna diagonal disponible por la que moverse, cautivo en la casilla 'b1'. No obstante, la partida arribó a un medio juego igualado. Ding Liren maniobró bien en el centro del tablero, pero a la hora de la verdad su reloj marcaba menos de cuatro minutos, contra más de diez para el jugador ruso.

El apuro de tiempo podría dejar a Ding Liren contra las cuerdas. La posición era de doble filo. Los módulos de análisis dictaban máxima igualdad, pero los segundos corrían muy rápido en contra del chino. Y Nepo golpeaba duro con su dama, amenazando piezas 'colgadas' que debían ser defendidas con la precisión de un cirujano. Fue entonces cuando Ding Liren, con menos de dos minutos, se transformó en tormenta silenciosa y liberó una energía acumulada nunca vista, una carga eléctrica que caía con violencia, desde su celaje mental, sobre un tablero iluminado de piezas y relámpagos. Así, dominado por una misteriosa lucidez, Ding colocó su única torre en la casilla 'g6', ante el desconcierto de los espectadores que seguían el combate desde todos los rincones del mundo. El movimiento «torre ge seis» será estudiado por las generaciones futuras y convierte esta partida en inmortal, en una de las más espectaculares de la historia de este noble deporte.

'Tg6!!'


Trataré de explicarlo, como si desplegáramos un tablero entre nosotros. No importa demasiado que no sepan jugar al ajedrez, lo interesante es el concepto. Con su sorprendente jugada de torre, Ding evitó el jaque de la dama blanca a su rey negro. Lo formidable es que la torre, en esa casilla 'g6', ya no podría moverse (en el argot decimos que la torre «está clavada»). Y no es plato de buen gusto clavarse a propósito una pieza cuando hay otras opciones. De hecho, el rey negro de Ding podría haber escapado del jaque por la octava fila, tal y como había sucedido dos movimientos atrás. En el borde superior del tablero, la dama de Nepomniachtchi había vuelto a las andadas. ¡Jaque! El rey del jugador chino se agazapó entonces en la casilla 'h7', pero, una vez más, la dama blanca molestó al abrumado monarca desde otro escaque. ¡Jaque! Y fue en este justo instante cuando sucedió «torre ge seis», justo cuando todo el mundo esperaba que Ding Liren reincidiera en su regia huida por la octava fila y, tras una triple repetición de jugadas, se firmaran las tablas. Sin embargo, Ding se inmoló y transformó su torre en un escudo.

En realidad, «torre ge seis» (Tg6) formaba parte de un plan mucho más profundo. La torre no solo defendía, apuntaba al rey blanco del ruso a través de la columna 'g'. Después vino una genialidad del chino, un movimiento de peón espectacular, sutil e imprescindible para que la treta de Ding cobrara sentido. El ruso trató de zafarse, pero ahora era él quien tenía pocos segundos en el reloj. Y no es fácil ser preciso cuando te juegas el título de campeón del mundo con menos de un minuto en el cronómetro. Con algo más de margen Nepomniachtchi hubiera visto que, en la jugada 59, cuando todo parecía desmoronarse, existía un movimiento (dos, si jugáramos como las máquinas) con el que aún hubiera evitado la derrota. Pero Nepo, noqueado, lo pasó por alto y triscó los trebejos ya capturados en el canto de la mesa de juego. De repente, éstos cayeron al suelo. Una tormenta silenciosa había volcado las piezas. Ding se había convertido, contra todo pronóstico, en el nuevo campeón del mundo. Magnus Carlsen, en su cuenta de Twitter, escribió: «Autoclavada para la inmortalidad. ¡Felicidades, Ding!».

En una sala del hotel, la madre de Ding se abrazaba con júbilo al resto de la delegación china. Xie Jun, la primera campeona mundial de China, fue testigo de la proeza. Entre lágrimas, dijo: «Hemos estado esperando este momento durante demasiado tiempo. El significado de este campeonato no es menor al que yo gané hace 32 años».

Es emocionante. Se me ocurre llamar a Vishy Anand, pentacampeón del mundo, y preguntarle por la clave del campeonato. «Nepo ha tenido mil oportunidades para consolidar su posición», me responde al toque. «Siempre que la situación era favorable para él, cometía algún error. Supongo que la partida número doce fue la clave. El encuentro debió terminar ahí. Pero hay que felicitar a Ding. Aguantó hasta el final». Le hago la misma pregunta al ucraniano Ruslan Ponomariov, campeón del mundo en 2002. Ruslan habla claro: «Si ganaba Nepo, en el actual contexto político, iba a ser utilizado como propaganda. Me alegro mucho por Ding Liren, no era el favorito pero, a su edad, ha demostrado ser muy maduro». Y añade: «Aunque el nivel de las partidas no fue muy alto, el duelo fue un espectáculo. También es cierto que, si miro mis propias partidas, yo también cometo errores».

Me resulta inevitable, para cerrar, poner el foco en el revés de esta preciosa historia, en la terrible decepción de Nepomniachtchi. Consigo hablar con Nikita Vitiugov, analista del ruso, un buen tipo que responde con esfuerzo, con el corazón mortecino y doliente: «Estuvimos a punto de ganar un mundial muchas veces, al menos una o dos, pero nos ganaron. No quiero comentar los detalles del 'match' porque no puedo ser objetivo. La realidad es que Ding ganó y, como siempre sucede en el deporte, el resultado es justo, aunque por ahora no pueda aceptarlo. No sé qué tiempo necesitaré para recuperarme de esto, seguramente es el momento más duro en mi carrera como ajedrecista».

Imagino que Ding Liren, con el paso de los días, irá asimilando su gesta y volverá a sus paseos por el río, como aquel caminante de Taniguchi que busca la paz interior en los pequeños placeres de la vida.

Manuel Azuaga Herrera Sábado, 6 de mayo 2023}}