
Aspectos Básicos de la Psicología de un Jugador de Ajedrez
Aspectos Básicos de la Psicología de un Jugador de Ajedrez
¡Hola a todos! Quisiera realizar mi primer blog para todos ustedes sobre este tema, ya que me parece un punto muy importante en la carrera deportiva del ajedrecista. Y es algo no solo importante en esta disciplina, si no en todos los deportes en general.
Partiendo de la base de que el ajedrez es un juego o, si se quiere, un deporte casi exclusivamente intelectual, es lógico pensar que ha de tener muchas y muy variadas relaciones con las ciencias del espíritu. En la lucha ajedrecística intervienen factores psicológicos, tanto dentro como fuera del tablero, y sobre ellos han tratado extensa y profundamente diferentes autores, no sólo desde el punto de vista puramente técnico («jugadas psicológicas», celadas, planes audaces o conservadores según las circunstancias, etc.), sino también desde el referente a las personas que cultivan el noble juego.
Aspectos Psicológicos y Psiquiátricos del ajedrez
Comenzaremos por la psicología del ajedrez como juego, y trataremos luego de los aspectos psicológicos referentes al ajedrecista. Ya hemos indicado que el ajedrez es un juego eminentemente psicológico. Cada movimiento es el resultado de un trabajo de profunda reflexión, basada en el análisis de los elementos presentes en el tablero. A veces, sobre todo en partidas de torneo o de match, intervienen también factores deportivos además de los técnicos, tales como la conveniencia o no de aceptar una proposición de tablas en una posición ligeramente superior o de forzar los acontecimientos eligiendo una variante atrevida o hasta peligrosa, o, por el contrario, hacer una jugada tranquila y conservadora, según las circunstancias derivadas de nuestra posición o la de nuestro equipo en la contienda. También debe tenerse en cuenta nuestra situación personal en cada partida, tal como la fatiga, el dolor de cabeza, las preocupaciones, etc., que nos aconsejarán prudencia a la hora de decidirnos por la apertura a elegir o el plan de juego a seguir.
Otro elemento psicológico muy importante de la partida es el referente a nuestro adversario, cuya categoría, conocimientos técnicos, preferencias, estilo de juego, puntos fuertes y debilidades debemos conocer y analizar previamente, siempre que nos sea posible. No olvidemos que en ajedrez, como en toda lucha, lleva mucho terreno ganado el jugador que conoce y estudia a su rival y aplica en cada caso la «receta» que más puede perjudicarle y contrariarle. Casi todos los maestros actuales, y también los del pasado, han tenido muy en cuenta estos preceptos psicológicos, y en sus carpetas figuraban perfectamente catalogados todos sus posibles adversarios. En este aspecto, Alekhine figuraba entre los más cuidadosos.
Un juego individualista
El ajedrez es un juego sumamente individualista, y la derrota no puede achacarse a nada ni a nadie sino a nosotros mismos. Y esto, al fin y a la postre, redunda en nuestro propio beneficio, pues nos ayuda a hacernos y, sobre todo, a sentirnos responsables de nuestros actos y a no buscar pretextos con los que justificar nuestra torpeza y con los que engañar a nuestro amor propio. Y el hecho de salir vencedores en la lucha tampoco debe envanecernos demasiado, ya que nuestra victoria se deberá siempre, absolutamente siempre, más a los errores de nuestro contrario que a nuestra habilidad. No olvidemos que una partida sin errores por ambas partes debe terminar en tablas. El ajedrez nos enseña, por lo tanto, a ser modestos, tanto en la próspera como en la adversa fortuna, con lo que no deja de constituir una gran lección para la vida.
La psicología del jugador en los niños
Examinemos ahora algunos, aspectos psicológicos referentes al propio jugador, considerado como persona humana. En los tiempos actuales asistimos a una intensísima promoción del ajedrez entre los niños. En Rusia, desde hace varios decenios, es preceptivo en las escuelas de educación general básica. Y, poco a poco, esta costumbre se ha ido generalizando en el resto del mundo, lo que tiene la inmensa ventaja de no dejar escapar, por ignorancia, ningún talento nato para el noble juego.
Se han oído algunas voces contrarias a la práctica del ajedrez en la infancia, alegando que su complicación es poco adecuada para practicarlo en tan temprana edad. Si recordamos la existencia de «niños prodigio» en ajedrez, tales como Morphy, Capablanca, Reschewsky, Pomar, Fischer y tantos otros, que a la edad de cinco años asombraron al mundo con su habilidad en el noble juego, encontraremos automáticamente refutados los argumentos esgrimidos respecto a la peligrosidad del ajedrez en la edad infantil.
Por otra parte, el niño es el ser más ingenuo y espontáneo de la Creación, y si no le gusta una cosa o no se siente con fuerzas o con aptitudes para ella, pronto la abandona y la olvida. Ahí se ve cómo muchos niños que han aprendido a jugar al ajedrez en la escuela no vuelven a practicarlo, mientras que otros encuentran un placer especial en cultivarlo porque se sienten capaces de aprender su técnica y de hacer progresos. O, dicho de otro modo, porque sienten que el ajedrez está de acuerdo con su psicología.
En este sentido, el enseñar a jugar al ajedrez a los niños, lejos de encerrar ningún peligro, constituye un magnífico método de selección natural y la más rentable cantera para formar grandes maestros.
Otro es el caso de los adolescentes. La edad juvenil es aquella en que se realiza la formación profesional y la maduración de la personalidad, es decir, en la que se fragua el futuro de la persona humana. Por esta razón, aquellos jóvenes que cuando niños se sintieron subyugados por el encanto del ajedrez y lo siguieron cultivando con pasión, corren el peligro de descuidar su formación profesional si dedican más tiempo del prudencial a estudiar la teoría, a jugar partidas de entrenamiento e incluso a intervenir con demasiada frecuencia e intensidad en competiciones oficiales.
Es cierto que hay algunos jóvenes excepcionalmente dotados que alcanzan pronto una fuerza extraordinaria ante el tablero, obteniendo títulos de campeones nacionales, maestros internacionales y hasta grandes maestros y que, en vista de sus tempranos éxitos, se deciden a hacerse profesionales, renunciando a sus estudios universitarios o a su aprendizaje para cualquier otra actividad, sea cual fuere su nivel.
La agresividad psicológica en el ajedrez
Es posible que intervengan factores más profundos de la personalidad, y en este sentido ofrecen interés las opiniones del gran maestro Rubén Fine, que posteriormente se hizo psicoanalista, y que en el libro citado al comienzo de este artículo asegura que la pasión por el llamado noble juego arranca de las más oscuras y torvas raíces del ser humano, como son el odio al padre y la agresividad.
Según Fine, en el estudio psicoanalítico retrospectivo de muchos grandes jugadores se aprecia claramente un deseo de matar al padre (representado en ajedrez por el mate al rey) y una gran dosis de agresividad reprimida. Yo he sostenido largas conversaciones sobre este asunto con muchos maestros del tablero y en no pocos casos, especialmente en aquellos que se han caracterizado por su estilo agresivo, he podido comprobar, a través de sus confesiones, que experimentan a veces un placer morboso, rayano en el sadismo, cuando encuentran una maniobra o una combinación decisiva para aniquilar a su rival, quien se debate impotente ante la inevitable derrota.
El control de los sentimientos y emociones en el ajedrez
Como hemos visto, los instintos parecen intervenir en la lucha ajedrecística, también desempeñará un gran papel la afectividad, tan íntimamente ligada a ellos en nuestra actividad psíquica. En efecto, el estado emotivo del jugador influye, a veces de un modo decisivo, en el resultado de la lucha. Cuando un espectador ingenuo y poco familiarizado con el ajedrez entra en la sala donde se está jugando un torneo, creerá que todo es paz en aquel ambiente silencioso, con los jugadores inmóviles, incluso estáticos ante el tablero, y por completo ajenos a cuanto sucede a su alrededor. Sin embargo, nada más lejos de la realidad. Cada cerebro pensante es, al mismo tiempo, un volcán de las más variables e intensas emociones y pasiones.
Unas veces, por el placer de haber encontrado una bella y decisiva combinación, otras, por la impaciencia de no encontrarla. Este, porque su reloj ha avanzado más de la cuenta y se encuentra falto del tiempo necesario para meditar suficientemente las jugadas. Aquél, porque su posición va empeorando poco a poco y no se le ocurre un remedio adecuado a su mal. Y todos presos dentro del ambiente, del clima de un combate violento y de resultados inciertos, en suma, de la emoción que toda lucha lleva consigo. Por esta razón, el temperamento es factor importante y a veces decisivo.
Las personas excesivamente nerviosas, impulsivas, impresionables, indecisas, están, en general, mal dotadas para el ajedrez, ya que dicho juego exige en todo momento un claro juicio que no es posible cuando la afectividad vibra en exceso. Por el contrario, los temperamentos fríos, flemáticos, como era, por ejemplo, el de Morphy, tienen mucho ganado ante el tablero, pues rara vez les traicionará una explosión afectiva. Las anteriores consideraciones nos llevan como de la mano a tratar, aunque sea brevemente, de los aspectos psiquiátricos del ajedrez.
¿ Es el ajedrez perjudicial para la salud?
Se oye decir con frecuencia que es un juego perjudicial para la salud psíquica y que incluso puede producir la locura en personas predispuestas. Como he tenido ocasión de indicar en múltiples ocasiones, tal opinión carece de fundamento. El ajedrez no figura entre las causas posibles de la locura, aunque reconozcamos que no es a propósito para determinados individuos que no han logrado una perfecta integración de su personalidad. La lucha ante el tablero exige, como ya hemos dicho, una intensa preparación y un gran esfuerzo mental. Pero ocurre otro tanto en una multitud de actividades intelectuales. Con una dedicación sin exageraciones, el ajedrez es totalmente inofensivo. Sus peligros son más bien indirectos, como habrá tenido ocasión de comprobar el lector en párrafos anteriores. Se trata del eterno tema del uso y el abuso de las cosas. El exceso es casi siempre dañino en todo, incluso en lo más inofensivo.