Forums

Políticas de integración de los indios americanos

Sort:
cardopata

El contacto con las tribus indígenas, popularmente conocidas como “indios”, del Norte del Virreinato comenzó a mediados del siglo XVI. Fue cuando las expediciones españolas procedentes de México tomaron contacto por primera vez con los “indios” Zuñi, los Hopi y otras comunidades indígenas sedentarias de los actuales estados de Arizona y Nuevo México a los que denominaron “indios” Pueblo.

Conforme avanzaba la conquista, se comprobaba que los territorios de la frontera Norte de Nueva España eran extraordinariamente amplios, complejos y variados. Se alternaban inmensos paisajes de montañas y valles profundos con durísimos desiertos, enormes llanuras con pantanos y ríos enormes.

Estaban habitados por tribus nativas nómadas, en general hostiles, como los Apaches (Lipanes, Chiricahuas y Mescaleros), Comanches, Siouxs, Navajos, Utes, Wichitas, Yumas y Pawnnees.

Los indios formaban naciones situadas en un territorio cuyo dominio eminente o soberanía reclamaban el rey de España -u otros reyes, en su caso- y que formaban un cuerpo organizativo diferente del de los españoles.

El instrumento natural de la relación entre estas naciones era el Tratado. No debe, pues, extrañar la aplicación de una institución del “Derecho de Gentes” a esas relaciones porque fue en consideración a ellas, precisamente, que Francisco de Vitoria desarrolló la doctrina fundadora del Derecho Internacional moderno.

Lo cierto es que el tratado fue el instrumento escogido por España para reglar sus relaciones con los indígenas, que procuraba incorporar a su jurisdicción, o con quienes, simplemente, intentaba estar en paz y amistad.

La costumbre de celebrar tratados de paz se extendió a todas las fronteras de las Indias, y por todo el período hispánico, hasta proyectarse —al menos, en algunos casos— a la época independiente. Las investigaciones van revelando que no fue ésa una solución circunstancial, aislada o tardía sino el desideratum al cual aspiró la Corona para hacer realidad el objetivo de la conquista pacífica.

Su aplicación práctica fue mediante la llamada “paz del mercado”, por la que los nativos de la frontera podían comerciar en paz con los hispanos del Virreinato de Nueva España. Incluso en muchos casos les proporcionaban vivienda, construyendo poblados relativamente cercanos a nuestros propios emplazamientos.

Les suministraban alimento, herramientas y semillas, les enseñaban a cultivar, a leer, les bautizaban, e incluso les ofrecían integrarse como fuerza regular a la milicia.

Este requerimiento de la Corona de pacificar a los naturales a base de –intentar– integrarlos en un modo de vida más “cristiano”, que viene derivado del “ius gentium” que trajeron los maestros escolásticos de la Escuela de Salamanca, resulta cuanto menos encomiable.

Sobre todo si comparamos este esfuerzo realizado por nuestros antepasados, frente a la política claramente de exclusión realizada por las otras potencias del momento y que siguieron aplicando activamente también con posterioridad.

Mapa de La Comanchería, el extenso territorio en el que habitaban los comanches y en el que pocos se atrevían a entrar.



Obviamente estas políticas de acercamiento, nacidas por orden expresa de la Metrópoli, si bien buscaban con acierto el apaciguamiento, la integración y rápida colonización de los territorios descubiertos, pecaron en muchos casos de cierta ingenuidad y desconocimiento de la idiosincrasia del aborigen de las grandes llanuras.

Por tanto, tuvieron desiguales grados de éxito, como se comprueba por la continua necesidad de protección y recursos que tuvieron las escasas poblaciones de “frontera”.

Las misiones religiosas
Las singularidades de América del Norte, dispersas poblaciones indígenas, carencia de recursos minerales, incluso escasez de agua, dieron un especial protagonismo a los misioneros.

En zonas de los actuales Estados Unidos, con gran diversidad de culturas indígenas y escasas posibilidades para introducir colonos, las misiones, dirigidas por las órdenes religiosas -primero dominicos y jesuitas y luego franciscanos- tuvieron un papel fundamental.

Servían para la conversión de los indios y su asimilación dentro de la cultura española. A su vez, al estar bajo control de las autoridades religiosas, eran capaces de protegerlos frente a posibles abusos de los colonos civiles y militares.

Las misiones eran lugares de descanso y refugio para el caminante, escuelas de cristianización y educación del indio. También fueron objeto frecuente de las rebeliones indígenas.

Los anales de las misiones están salpicados con sangre de misioneros. Con frecuencia, morían los indios acogidos a la misión y los soldados destinados a su protección. Muchas misiones fueron semillas de poblamiento al convertirse en villas o pueblos.

La misión como núcleo de desarrollo regional
Dos frailes y un reducido séquito de soldados se adentraban en cualquier amplio valle al oeste del Misisipi y convocaban a los indios de la comarca.

Mientras los soldados construían un presidio o fuerte, los frailes, a cambio de regalos convencían a los indios para que les ayudaran a levantar una misión, al tiempo que sembraban cultivos nuevos e introducían las primeras cabezas de ganado.

Una vez fundada, la misión no se reducía a una iglesia y un patio, sino que contenía los elementos necesarios para hacer de ella un núcleo de desarrollo regional. Poseía talleres, huertas, campos de cultivo, potreros y corrales para el ganado, zonas de pastos, bosques maderables… así como habitaciones para alojar a los indios y sus familias, que durante los siguientes años iban a residir en la misión.

Programa diario de una misión franciscana.
Cuando habían transcurrido diez años, los indios ya habían asimilado el conjunto de la cultura española y se hallaban capacitados para gobernarse de forma autónoma. La misión se convertía entonces en un pueblo, donde su plaza mayor sería el patio de la iglesia. Ellos mismos elegían alcalde y gobierno municipal, correas de transmisión ante las autoridades virreinales.

Sonora, Arizona. Misión de San Francisco Javier del Bac, Tucson, 1783
Y los franciscanos, cumplido su objetivo, dejaban el nuevo pueblo en manos de los indios y se trasladaban doscientos kilómetros para reproducir el proceso. Así, una y otra vez, durante doscientos años. Muchos núcleos urbanos del suroeste de Estados Unidos han nacido así, como San Diego, San Antonio, San Francisco y otras muchas poblaciones menores.

Los ataques de los guerreros nómadas a las misiones, a los ranchos y a las poblaciones indígenas amigas, como el asalto y el robo de ganaderías, caballos e incluso el rapto de mujeres jóvenes, tuvieron una respuesta constante y sistemática por parte de las tropas desplegadas en los presidios.

Una vez recibida notificación de algún ataque, ocho o diez soldados de cuera echaban mano a algunos de sus seis caballos y montaban a máxima velocidad en persecución de los asaltantes. Si era necesario y posible también se reclutaba a los nativos aliados, pero la única esperanza de atrapar a los asaltantes era montar rápidamente y salir en su búsqueda, sin tiempo que perder.

Cuando un caballo se agotaba, cambiaban la silla y seguían cabalgando. Así se perdieron muchos caballos en largas jornadas de persecución, reventados o abandonados a su suerte. Finalmente, o los nativos lograban alejarse lo suficiente y escapaban internándose en las montañas o resultaban atrapados y vencidos por los dragones.