Evaluación de posiciones (Parte I). Nivel: Aficionado

Evaluación de posiciones (Parte I). Nivel: Aficionado

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No muchos aficionados hablan sobre la evaluación de posiciones. Curioso porque es lo que más se debe hacer durante una partida. Y los clásicos tenían razón al afirmar incansablemente que "la fuerza al jugar ajedrez radica en la evaluación precisa de una posición". Además, quienquiera que no analice una posición hasta el mate usa alguna forma de abstracción para decidir qué le conviene jugar, desde los principiantes hasta los campeones del mundo, incluyendo los motores de ajedrez. Lo que difiere son los métodos y la precisión.

Cuando se habla de evaluación se acostumbran términos como igualdad, ligera ventaja, ventaja, clara ventaja y así sucesivamente. Son conclusiones que no siempre incluyen la explicación que las sustenta. Aunque nos interesa conocer las conclusiones de otros, más nos importa aprender a sacar nuestras propias conclusiones y que sean precisas.

Vayamos por partes.

La evaluación es una estimación y comparación de las probabilidades de éxito para cada bando a partir de una posición. Dicho de otra forma, la evaluación es un pronóstico basado en la lógica interna de la posición.

Se habla de probabilidades no en referencia al error humano, sino a las limitaciones del método para discernir la lógica interna de una posición. En efecto, la metodología para evaluar es una aproximación mediante el examen de algunos elementos, pero hay casos en que –debido a situaciones de extrema actividad de piezas– tales elementos pasan a segundo plano y la lógica interna sólo puede establecerse –o aproximarse– mediante extensos y complicados cálculos de variantes. Cabe la pregunta del por qué utilizar un método imperfecto. La respuesta es pragmatismo y eficiencia razonable, y porque la precisión puede mejorarse con experiencia y estudio de los elementos.

Veamos un caso.

En la posición Rh1 y Ph2 para las blancas, y Ra8 y Pa7 para las negras, aquel a quien corresponde jugar tiene ventaja decisiva. La evaluación puede basarse en un cálculo sencillo o un conteo del número de jugadas necesarias para que cada peón corone. Pero si alteramos la ubicación de los reyes es posible que alguno pueda impedir que el peón rival corone, en cuyo caso la ventaja ganadora no estaría necesariamente del lado de quien juegue primero, o puede no existir ventaja. Así, vemos que la lógica interna de tal posición trata sobre dos planes activos y decisivos, basados en una carrera de peones, donde de existir la posibilidad de interferir en el plan rival puede alterarse la evaluación favorablemente. Tal es el modelo para evaluar y, en un sentido amplio, jugar al ajedrez.

En el ejemplo hay poco que considerar para discernir si alguien lleva ventaja o no. Pero lo común es que sean más variables, como más piezas, más amenazas y contra-amenazas, mayor control sobre las casillas necesarias para culminar las ideas, y así sucesivamente. El intentar analizar todas o muchas de las posibilidades puede ser impráctico y generar confusión. De ahí que, a lo largo del tiempo, se desarrollaran criterios para deducir la lógica interna a partir del análisis de sólo algunos elementos. El equivalente a indicios razonables para pronósticos confiables.

El listado de estos elementos:

1. Actividad de Piezas;
2. Material;
3. Tiempo;
4. Espacio; y,
5. Estructura de Peones.

Se habla también de otros factores. Por ejemplo, la “erudición”, basada en aprendizaje, comprensión y asimilación de métodos para posiciones idénticas o semejantes. O “la intuición”, que nos sugiere respuestas en cosas desconocidas o que van más allá de la lógica empleada. Kasparov, por su parte, sustituye la "Estructura de Peones" por Calidad de la Posición, que es una forma de relacionar las estructuras de peones y las casillas bajo control con la movilidad de las piezas, de forma que se pueda hacer un mejor pronóstico de la actividad incluso en posiciones irracionales; es más complejo pero útil cuando se necesita profundizar en la posición sin recurrir a complicados cálculos de variantes. También vale anotar que algunos pedagogos ven la evaluación y la elección del plan o de la jugada como instancias separadas. Tiene sentido cuando la evaluación es sencilla o puede ser muy precisa, pero cuando hay actividad para ambos bandos la evaluación se nutre y corrige de acuerdo a lo que se va descubriendo.

Se entiende que, al no considerar todas y cada una de las posibilidades, algo importante puede obviarse, conduciendo al error en la conclusión. También existe riesgo de error al ponderar inapropiadamente algún elemento. Por ello el análisis exige considerar a la actividad de piezas (la acción de las piezas que condiciona el juego del rival), en la forma de detección de amenazas y cálculo preciso, como método de verificación.

Como desarrollo lógico, el objetivo es convertir a la actividad en iniciativa (conjunto de amenazas lógicamente relacionadas que se sostienen por varias jugadas), y a la iniciativa en indetenible (que termina en mate). La idea se sostiene en la premisa de que, para defenderse de las amenazas, el rival deba realizar concesiones (en alguno o varios de los elementos listados), que a su vez nos ubiquen en mejor situación para incrementar la actividad o la iniciativa. Se aclara el por qué la actividad de piezas es la característica más importante en una posición, sea en la apertura, en el medio juego y, sobre todo, en los finales de partida. Los demás elementos obtienen sentido e importancia por la forma como interactúan en la existencia y persistencia de la actividad, o dan indicios para hacer pronósticos.

El uso de este marco lógico (el análisis de ciertos elementos más la verificación por cálculo) nos ayuda a comprender la narrativa sobre el tablero, la trama, los actores, la lógica en su accionar. Pero no se crea que siempre ha sido así, o que los criterios y su valor ponderado han sido los mismos.

Aquí vale la pena hacer un breve repaso de cómo se llega a la situación actual porque, aunque algunas ideas del pasado se han dejado por incorrectas, otras han sido enriquecidas o validadas para ciertas situaciones. Y también vale la pena porque la comprensión del juego de muchos aficionados hace recordar a la evolución del pensamiento en el ajedrez.

Un poco de historia.

Los primeros expertos en el juego (siglos XV–XVIII) eran genuinamente intuitivos y daban importancia a la obtención de ventaja material o la concentración de fuerzas y movilidad como condiciones para desarrollar actividad y luego iniciativa, que luego permitía soluciones tácticas. Aún no se desarrollaba la técnica defensiva, por lo que no habían límites definidos para las concesiones (como debilitamientos y material) hechas por la iniciativa. Lo común era que venciera quien atacara primero.

Philidor, a mediados del siglo XVIII, fue quizá el primero en notar que las estructuras de peones (“los peones son el alma del ajedrez”) determinan la movilidad de las piezas para ambos bandos y que, en virtud de ello, su disposición puede determinar las posibilidades de juego activo. Armado con este conocimiento le era posible expandirse hacia y dentro de la posición rival limitando la contra-actividad. Así, hasta mediados del siglo XIX, algunos expertos utilizaban los peones como falanges cerradas buscando crear algún punto de ruptura por el cual invadir el campo rival, mientras que otros preferían posiciones abiertas (donde los peones limitan poco y nada la movilidad), típicamente entregando material para hacerse con la iniciativa.

"La moderna teoría científica en el ajedrez".

A mediados del siglo XIX, Morphy mostró la forma sana de tratar las posiciones abiertas, sobre la base de la economía de tiempos en el desarrollo y la ejecución de planes, el dominio del centro como plataforma para montar ataques, y concesiones justificables por la iniciativa. Pero Morphy no enunció estos criterios, y lo más probable es que los comprendiera de forma intuitiva. Hizo falta que Steinitz, durante el último cuarto del siglo XIX, señalara que una mezcla de consideraciones posicionales son (en realidad: “pueden ser”) determinantes no solo en la posibilidad de generar actividad, sino también en restringirla y extinguirla.

“La moderna teoría científica en el ajedrez” fue una extensión de las ideas de Philidor, al identificar más elementos con el mismo propósito. Steinitz era un maestro en las posiciones abiertas y la táctica (el “Morphy austríaco”), pero descubrió que no siempre podía predecir de antemano si le eran favorables o no. En consecuencia, analizó las partidas de los mejores jugadores de su época –con énfasis en las de Morphy– y dedujo que ciertas consideraciones eran claves para saber quién estaba –y estaría– mejor o peor. Surge la idea de buscar y acumular “pequeñas ventajas”, en formas como material, espacio, estructura de peones, seguridad de los reyes, debilidades en y alrededor de las estructuras de peones, control y ocupación del centro, control y uso de columnas y diagonales abiertas, la ventaja de la pareja de alfiles, etc. No era un método perfecto pero sí más fiable que la intuición utilizada por sus rivales, y le condujo a la marca –aún no superada– de 25 victorias consecutivas en partidas de torneos de élite.

Steinitz propuso, entre otras cosas, que la búsqueda y acumulación de “pequeñas ventajas” desemboca en una gran ventaja, que aquel con ventaja debe atacar, y que la táctica y ataques no basados en ventajas son inherentemente incorrectos, y por tanto extinguibles sino refutables. Demostró que los ataques fulgurantes de sus contemporáneos, cuando no justificados por la situación desde donde partían, tenían éxito solo por la débil defensa opuesta. Tales demostraciones significaron que también delineara principios de la moderna técnica defensiva, como la detección precisa de los componentes en las amenazas, la economía en el uso de recursos para la defensa, la consolidación y el contraataque.

El éxito de Steinitz al mostrar como jugar desde una posición a otra mejor (juego posicional) y defenderse de “ataques incorrectos”, convenció a muchos de que la teoría era válida. Tarrasch (“praeceptor germanie”) tomó las ideas de Steinitz y las enriqueció en libros y artículos hasta convertirlas en dogma (principios tenidos por ciertos e innegables). Lasker declaró que podía convertir a cualquier joven de mediana inteligencia en un maestro en solo unas horas. Capablanca expresó que el juego estaba agotado por tablas, porque si ambos maestros jugaban con corrección posicional no habría forma de que hubiera un vencedor. Y es que la teoría de Steinitz era fácil de entender y aplicar, y parecía predecir adecuadamente todo lo lógicamente posible. Algunos pedagogos del juego, incluso hasta a mediados del siglo XX, escribían que una partida bien jugada no debería necesitar de soluciones tácticas complejas.

No todos en la fila.

Pero habían disidentes –al menos parciales– ya en la propia época de Steinitz. Tschigorin, por ejemplo, no estaba de acuerdo con varias reglas aplicables a cualquier escenario, como la ventaja de pareja de alfiles, aunque sí concordaba en la ventaja de la ocupación del centro. Más tarde, maestros (“hipermodernos”) como Breyer (“tras 1.e4 las Blancas están perdidas”), Reti y Nimzowitsch cuestionaron varias consideraciones bajo el principio de que cada posición tiene una lógica interna propia que no es transplantable a otras posiciones de características distintas, un poco expandiendo el pensamiento de Tschigorin.

La argumentación sobre la ventaja en la ocupación del centro, sostenida entre clásicos e hipermodernos, es útil en el desarrollo del pensamiento en el juego. La lógica de los clásicos es comprensible. Para lograr ventaja es necesario alcanzar supremacía de recursos en la zona en disputa. Para ello, es deseable no restar recursos en tareas puramente defensivas. Por tanto, ha de jugarse en busca de la disposición armónica de piezas y peones donde, como conjunto, atacan y defienden simultáneamente. Puesto que las piezas tienen mayor radio de acción en el centro del tablero, su ubicación en el mismo debe incrementar las probabilidades de que simultáneamente cumplan tareas activas y defensivas en los sectores críticos del tablero. Sin embargo, dado el “valor” de las piezas, es previsible que la simple ocupación sea repelida por amenazas de los peones rivales. Por tanto, es necesario que las piezas ocupen el centro bajo el amparo de un escudo de peones, o al menos establecer una combinación de piezas y peones en el centro que no sea expulsable o eliminable ventajosamente.

Los hipermodernos, por su parte, sostenían que la estrategia de invadir la posición rival (desde el centro u otro sector del tablero) se sustenta en incrementar la actividad de las propias piezas al tener más objetivos enemigos simultáneamente a su alcance (que incrementa la probabilidad de la existencia de soluciones tácticas o posicionales). Por tanto, el acercar tempranamente los peones y piezas al rival se le facilita acomodarse para conseguir objetivos claros y simultáneos contra los cuales desarrollar actividad. Nimzowitsch lo expuso en “primero, frenar, luego, bloquear y, finalmente, destruir”.

El dinamismo.

Clásicos e hipermodernos estaban en lo cierto y en el error, porque sus ideas no siempre funcionaban. La consideración faltante se vio en las partidas de Alekhine y su manejo del tiempo: Se puede tener una buena idea, pero no el tiempo para ejecutarla. Por supuesto, no hay regla que dé una o varias jugadas extra, pero Alekhine demostró que la actividad, incluso en formas aisladas, puede conseguir el efecto de “restar” tiempos al rival al forzarlo a jugadas puramente defensivas o inocuas.

Mientras que para los clásicos una posición carente de debilidades era defensa suficiente contra la actividad rival, Alekhine mostró que incluso descoordinaciones temporales pueden dar motivo para actividad cuya defensa exija, en el mejor de los casos, concesiones de tiempo. Si antes se construía actividad e iniciativa en base al asedio contra debilidades, Alekhine añadía el tiempo como elemento sobre el cual construir la iniciativa, con lo que podía reducir o negar las consideraciones estáticas al impedir que la defensa se consolide.

De repente, ya no era tan saludable permitir que el rival se apoderara de la iniciativa, al margen de cuán sana pareciera ser la propia posición: Había que considerar también los detalles dinámicos que sustentaran la actividad y estar preparado para las complicaciones y el cálculo preciso de variantes.

...
Fin de la primera parte.